Internacionales — 03.11.2020 —
Trump, un multimillonario con dos obsesiones: ganar y ser adorado
"Creo en el trabajo duro. Creo en estar preparado y todo eso. Pero en gran parte, creo que la cosa más importante es la habilidad innata". Esa definición acompañó su carrera y una presidencia marcada por el apoyo de la derecha religiosa y de los sectores más abiertamente racistas del país.
Fuente: Télam
En los últimos cuatro años, como presidente del país más poderoso, Donald Trump mantuvo el mismo liderazgo y personalidad que lo convirtió en uno de los empresarios multimillonarios de Estados Unidos más mediáticos y con una comprobada tendencia a exagerar logros y esconder fracasos.
"Creo en el trabajo duro. Creo en estar preparado y todo eso. Pero en gran parte, creo que la cosa más importante es la habilidad innata", le explicó Trump a uno de sus biógrafos, Michael D'Antonio, cuando aún no coqueteaba en serio con llegar a la Casa Blanca.
Esa definición acompañó su carrera y, en estos últimos tiempos, una presidencia marcada por el apoyo de la derecha religiosa y de los sectores más abiertamente racistas del país, y por un discurso nacionalista, aislacionista y unilateral.
El mandatario de 74 años es el cuarto de cinco hijos de una familia de Brooklyn, Nueva York, y él mismo afirma que su modelo de empresario y líder fue su padre, Fred, el desarrollador inmobiliario que logró amasar una fortuna construyendo edificios de departamentos para la clase trabajadora, principalmente en ese barrio.
Trump, a quien mandaron a un liceo militar porque solía pelearse con sus compañeros, no era el heredero natural de Fred ni el hijo más brillante, pero terminó siendo su preferido y al que ayudó con su fortuna a construir un emporio propio, con un perfil muy distinto.
El joven y ambicioso Trump buscó salir de Brooklyn, el barrio donde su padre se había garantizado los contactos políticos necesarios para crecer, y buscó oportunidades en la vecina y más pudiente Manhattan.
Su objetivo ya no eran edificios con terminaciones y decoración modestas para la clase trabajadora, sino mucho brillo y glamour para las mayores fortunas de la ciudad, del país y del planeta, el mismo selecto mundo social al que estaba decidido a pertenecer.
Primero con la ayuda de la fortuna de su padre y luego con el crédito garantizado por sus buenos contactos cultivados en Wall Street y los beneficios obtenidos del Estado, Trump construyó un emporio de hoteles, condominios y casinos, que luego se extendió a concursos de belleza internacional y un exitoso reality show.
Trump se ha congratulado en infinitas oportunidades por este ascenso arrollador, pero, en cambio, ha evitado hablar sobre las cuatro veces que presentó la bancarrota de una parte de sus negocios, cuando el peso de sus deudas ya hacían peligrar sus buenos contactos.
Mark Singer, un periodista que escribió en 1997 un extenso perfil del millonario en la revista The New Yorker y luego publicó un libro titulado "Trump y yo", lo describió en toda su complejidad:
"Un adicto de la hipérbole que divaga por diversión y ganancia; un constructor con experiencia y con asociados que expresan admiración por su atención por los detalles; un narcisista cuyo egocentrismo no eclipsa su habilidad para explotar las debilidades de los otros; un joven perpetuo de 17 años que vive en un mundo de suma cero de ganadores y perdedores, de amigos leales y completas basuras; un sabueso insaciable que corteja a la prensa todos los días por publicidad y luego no le gusta lo que lee y ataca a los mensajeros"; y la enumeración sigue.
Nadie cuestiona su fortuna y su fama, sin embargo, sistemáticamente Trump ha exagerado ambas.
Por ejemplo, antes de presentarse como candidato a la Presidencia, la revista especializada Forbes estimaba su fortuna en unos 3.700 millones de dólares, pese a que Trump repetía una y otra vez que superaba los 10.000 millones.
De la misma manera, en estos cuatro años exageró desde cuestiones superficiales -como el número de personas que participó de su asunción- hasta manipular, descontextualizar y mentir sobre cuestiones más serias, como cifras de economía, inmigración y la pandemia.
Otra característica que importó a su discurso político -por ejemplo, ahora con la gestión epidemiológica y económica-, es nunca reconocer una derrota o un error, sino buscar resignificarlo para que parezca un logro.
En abril de 1990, en plena crisis financiera con sus casinos en Atlantic City, cuando ya no cumplía con los pagos a bancos y comenzaba a planear una serie de bancarrotas, Trump le dijo al diario Wall Street Journal que su plan para ser aún más exitoso era vender ciertos activos para convertirse en "el rey del (dinero en) efectivo".
La mayoría de los estadounidenses no conoció este lado b de la historia de éxito de Trump hasta la campaña de 2016 o entrada su Presidencia. Muchos la siguen negando hoy, al igual que las múltiples denuncias por abuso y acoso sexual.
Para Mary L. Trump, sobrina del presidente y una de sus opositoras más activas en esta campaña de reelección, una explicación es que "el comportamiento aberrante de Donald ha sido constantemente normalizado por otros", primero por su propia familia y luego por los medios de comunicación que lo presentaban como un excéntrico pese a su discurso misógino, racista y, muchas veces, falso.
En un libro que publicó este año, Mary L. describió a su tío como "un narcisista", que utiliza la "crueldad para distraer al resto y a él mismo de la verdadera magnitud de sus fracasos".
"No es un personaje. Cuando ve que su retórica racista funciona con su base (electoral) y cuando ve que su horrible comportamiento no está siendo castigado de ninguna manera o que nadie lo hace responsable, él duplica la apuesta y se vuelve más racista y más agresivo", explicó a Télam en una entrevista.
Para Mary L., su tío copió gran parte de la personalidad "tóxica" de su abuelo.
Mientras es imposible conocer las complejidades del ser humano en sus interacciones más íntimas, sí quedó claro en esta campaña que Trump impone la misma adoración y lealtad ciega en sus hijos, yerno, nueras y esposa que cultivó su padre, y las considera su mejor carta de presentación, más que cualquier ideología política.